viernes, 18 de diciembre de 2009

Texto de IN MEMORIAM - Sonia Fernández Pan





Recuerden que aún se puede visitar la exposición, hasta el 10 de enero.





In Memoriam

La relación entre el arte y la memoria es tan vieja como nuestra propia historia colectiva. En la geografía mitológica, Mnemósine –personificación de la Memoria- le dio nueve hijas a Zeus: las Musas. Si bien el Museo que nosotros conocemos ha perdido las mayúsculas y ya no es el templo que resguarda a las Musas, todavía es heredero de aquel sentido de protección del pasado. Pero más allá de las derivas mitológicas todos y cada uno de nosotros somos arquitecturas de recuerdos y amnesias, pequeños templos de nuestra propia memoria. Porque recordar es atar el pasado con cuerdas para que no se pierda en el futuro.
El recuerdo es ese mecanismo imprescindible que tenemos para que las cosas que desaparecen no desaparezcan del todo. Es más, la muerte de todas las cosas sucede cuando nadie es ya capaz de recordarlas. Y, siendo un poco perversos, deberíamos admitir que para que los recuerdos nazcan es necesario que algo se [nos] muera.
La muerte es el epicentro de todo recuerdo, un paisaje donde todos los árboles son cipreses y donde el sol ha sido sustituido por estrellas, planetas que ya no existen pero que todavía vemos. Dice el diccionario que la muerte es “la extinción de la vida”. Se olvida el diccionario, quizás, de que la muerte es el enunciado de todas las cosas que ya no podrán ser jamás. Cuando se [nos] muere algo o alguien reclama para sí todas las posibilidades de un futuro que nos incluya. La muerte como desaparición de algo es el primer requisito para la nostalgia. Y la nostalgia es la condición sin la cual no hay recuerdo como tampoco hay recuerdo sin nostalgia. Curiosamente, no hay ningún verbo en el diccionario que pueda conjugar la palabra nostalgia. La muerte, por el contrario, posee un verbo que no necesita complementos, intransitivo, que se conjuga con plena autonomía. De nuevo el diccionario se olvida de algo: de que la muerte se declina con el recuerdo. Y de que, cuando las palabras no son suficiente, las imágenes acuden a rescatarnos.
Existen muchos dispositivos para custodiar esos recuerdos derivados de la muerte. El universo de imágenes y objetos asociados a un espacio-tiempo concreto que ya no se repetirá jamás es lo que da forma a In Memoriam, una exposición que funciona como epitafio colectivo de aquello que es individual e intransferible: la muerte como pérdida. In Memoriam alude al acto solemne de la [con]memoración: la imposibilidad posible de recordar conjuntamente lo que no existe, lo personal en el hemisferio de lo público.
A través del trabajo de quince artistas y bajo un título abierto que descubre la muerte como herencia y como origen, In Memoriam inaugura un palimpsesto colectivo a partir de capas individuales, un diálogo a quince voces donde cada una de ellas es única en su construcción y percepción de ese pasado que ya no es pero que todavía está. Si la memoria es un territorio donde el presente imagina el pasado, la muerte es la posibilidad de una memoria futura.

Sonia Fernández Pan





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